El cuarto era húmedo. Pantallas iluminaban el rostro de Daniel Montenegro, reflejando en sus ojos ávidos decenas de ventanas de video: mirillas, cámaras ocultas en baños públicos, espejos falsos en vestuarios, incluso diminutos lentes enterrados en la maleza junto a pozos donde las mujeres aún se bañaban de vez en cuando.
Obscenamente, pasó un dedo sobre una pantalla donde una joven se desvestía junto al río después de lavar.
Su obsesión había empezado con un portal de deepfake en la dark web, con un software cuyo ícono era un caimán, que lo hacía sentir invencible. “Como la leyenda”, pensaba, recordando las historias sobre el Hombre Caimán. Lo extraño era que, dentro de esa web, había aprendido rituales para crear aquel cuarto. El más importante: entrar siempre con un vaso de agua del río. Era parte del ritual. Antes de espiar, bebía un poco y murmuraba un mantra.
El agua, según el foro anónimo donde aprendió el método, era lo que lo mantenía oculto.
Pero nada es eterno.
Luego de años de salirse con la suya, una noche, una de sus cámaras —la escondida en un espejo falso del baño de una casa— fue descubierta por Valentina, una muchacha que acababa de mudarse allí. Daniel la vio acercarse al espejo, intrigada. Antes de que él pudiera reaccionar, ella levantó un martillo y lo partió. Sus ojos negros se dilataron al ver la extraña cámara, que parecía un ojo de caimán.
—¡Mierda! —gritó él.
En ese instante, las luces del cuarto parpadearon. Todas las pantallas se apagaron, excepto una: la del espejo roto, donde Valentina, pálida, miraba fijamente el dispositivo. Antes de que Daniel pudiera hacer algo, ella descargó otro martillazo sobre la cámara.
Un dolor agudo le atravesó la piel. Vio su cuerpo cambiar mientras caía al suelo, sintiendo cómo la piel se le quemaba.
—¡No puede ser! ¡Era solo un programa! —aulló, pero su voz ya sonaba distorsionada.
El foro tenía razón: si alguien lo veía —aunque fuera a través de una cámara—, la maldición se activaba. Y el agua, al derramarse, sellaba su destino. Pagaría con la imposibilidad de volver a vivir en sociedad.
Y al final, la maldición seguiría evolucionando… para ayudar a quien estuviera dispuesto a pagar el precio de ser descubierto.
¿Te gustaría contar tu historia con tu encuentro o tu versión del Hombre Caimán?
Reexistencia Híbrida
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